El resultado de la elección presidencial fue abrumador: Andrés Manuel López Obrador ganó con 53 por ciento de la votación y con un margen de 30 puntos sobre su contrincante más cercano, Ricardo Anaya (PREP 93.6% de avance). Esta es la victoria electoral más arrolladora de los últimos 30 años.
La disrupción de López Obrador no se limitó a desplazamiento de los partidos tradicionales (PRI, PAN y PRD) de Los Pinos. Lo más sorpresivo de su victoria es que también lo hizo para el Congreso de la Unión. Por ejemplo, para la Cámara de Diputados, Morena obtuvo el 37 por ciento de la votación, más del doble que el partido que llegó en segundo lugar. Si a eso le sumamos los sufragios obtenidos por el resto de su coalición, supera los 40 puntos de la votación.
El éxito de AMLO se magnifica en términos de escaños en la Cámara de Diputados. Ahí, su coalición obtuvo casi 220 de los 300 distritos uninominales; es decir, 73 por ciento de los diputados de mayoría relativa. Esto implica que ganó los diputados de entidades enteras, como Baja California, Baja California Sur, Sonora, Sinaloa, Nayarit, Oaxaca, Tabasco, Morelos, Hidalgo, Quintana Roo y Tlaxcala.
En otras, se llevó la gran mayoría, como en la CDMX, Estado de México y Puebla. En 2015, Morena obtuvo sólo 14 diputados de mayoría relativa. Si a esto le sumamos los diputados que obtendrá por el principio de representación proporcional, la coalición de AMLO tendrá el 60 por ciento de escaños en la Cámara baja.
Esto, además ser un número cercano a la mayoría calificada (necesaria para aprobar reformas constitucionales, al menos en esta instancia), significa que es la primera vez en la historia que los partidos tradicionales (quizá históricos en un futuro cercano), en conjunto, cuentan con menos del 50 por ciento de la Cámara de Diputados.
Este resultado confirma una profunda transformación de nuestro sistema de partidos.
Con información de El financiero
