A TIRO DE PIEDRA
Por Julian Santiesteban
El elector goza del sagrado privilegio de votar
por un candidato que eligieron otros
Ambrose Bierce
Este miércoles concluyen las campañas electorales del proceso más grande en la historia de México y, aunque hay más de 21 mil cargos de elección en juego, queda la impresión de que la clase política nacional ni cambió, ni tiene proyecto real para resolver las necesidades que aquejan a los mexicanos. Vaya, no hubo ni esmero en diseñar mensajes de los que la ciudadanía se apropiara, porque los actores de la contienda saben que, quien emite el sufragio, no les cree; cuando mucho, se resigna a elegir al “menos malo” y, en el mejor de los casos, pretende recibir alguna dádiva o ser beneficiario de algún programa asistencialista. Aun así, a partir de hoy, la responsabilidad recae en los electores, porque el 07 de junio amaneceremos igual que antes de los comicios, lo único que habrá terminado, es la incesante transmisión de mensajes donde se promete un mundo mejor, como si los competidores tuvieran la capacidad de cumplir.
El 07 de junio nada cambiará, ni en el país ni en Quintana Roo, y no se refiere el escribiente a las etapas del proceso electoral que, estrictamente, culmina en septiembre con la toma de protesta de las nuevas autoridades, sino a la representación simbólica de que las elecciones no son una mejoría en automático ni un objetivo en sí mismas. Al mexicano se le ha inculcado la idea básica de que votando está cumpliendo con hacer la parte que le corresponde en la construcción de la democracia, pero no se le ha formado para entender que hay una relación indivisible entre el acto de sufragar y la calidad de los gobiernos que recibe. Es decir, el mexicano promedio asume que, en el acto de votar, se agota su rol y que los gobernantes corruptos y mala calidad de los gobiernos son otra cosa. Y esa circunstancia conviene precisamente a la clase política de siempre, porque así sigue obteniendo sufragios, sin la obligación de reparar los baches de las calles, recoger la basura, construir infraestructura o hacer mejores leyes.
La clase política, incluso local, sabe de la desvinculación racional del voto; por ello se han esmerado en hacer campañas para que la gente “sienta” y no “piense”; sólo en esa circunstancia se entienden, por ejemplo, promocionales de alcaldes que buscan la reelección y ofrecen reparar las calles, mejorar los servicios públicos, abatir la inseguridad… ¿pues qué han hecho mientras están en el cargo? ¿Les faltó tiempo? Puede ser, pero se muestran los avances para convencer de que los problemas se han atendido ¿o no? En contraparte, para conquistar al votante, se aduce a la condición de ser mujer, al amor a la tierra. Se antepone el origen, como si ello fuera garantía de mejor desempeño, o se arropan en la “bandera” de “ya sabes quién” para asumirse mejores y defensores de un proyecto más amplio. Cuando se señalan sus antecedentes de corrupción, los califican como ataques mediáticos y se victimizan recalcando que se pretende impedir que se consoliden lo beneficios “para el pueblo”, aunque el cambio de estrato social, gracias a los recursos públicos, esté más que a la vista.
Fueron 60 días de campaña en el caso de los aspirantes a las diputaciones federales y 45 días en la competencia por las presidencias municipales. Ciertamente, la característica fue el denuesto y la diatriba, no la propuesta y el proyecto. De hecho, en la recta final de la competencia, los abanderados se esmeraron por arreciar los ataques mediáticos a partir de la presentación de denuncias, pretendiendo dejar, en un ejercicio de “memoria asistida”, que el competidor de “enfrente” es el peor, que puede haber malos gobiernos y pocos resultados, pero si gana “el otro” la expectativa es aún más mala; que más vale optar por la reelección en una dinámica de “más vale malo conocido, que bueno por conocer”, y en esa tesitura se logra que ganen los de siempre…y nunca llegará “el bueno por conocer.”
¿Qué hacer entonces? Una doble labor, primero, concientizar al amplio margen de ciudadanos que no votan que, en esa circunstancia, también están eligiendo indirectamente, buenos o malos gobiernos; y además, a los que sí salen a las urnas, llamarlos permanentemente a la racionalidad, porque seguir votando por “sentimiento” y no por “pensamiento”, nos llevará a todos a la decepción permanente, porque el bueno resultó malo y el malo peor, pero sobre todo, los partidos no se esforzarán por postular a los mejores perfiles, sino al de la “cara más bonita”, al “famoso”, al “popular”, al familiar del que es “bueno” o a los cercanos de “ya sabes quién” y a los que juran harán el “cambio”, sólo por el hecho de prometer lo mismo, aunque al final, el 07 de junio, amanezcamos todos igual, con los mismos resultados y los mismos malos gobernantes. La decisión es de todos, no desperdiciemos la oportunidad.
P.D. El 07 de junio, aunque ya desde hace mucho tiempo, iniciará también la carrera por la siguiente elección, tómelo en cuenta el elector, para que no se decepcione cuando, la o el gobernante que elija, le deje “tirada el arpa”, para irse en pos de otro cargo más importante… cosas de la democracia nacional.
COMENTARIO MORBOSO
Y si, ha sido uno de los procesos electorales de la historia moderna del país, pero lo verdaderamente lamentable fue la omisión de todos los niveles de gobierno en garantizar la seguridad de los contendientes ¿o ya nadie recuerda la promesa del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador de dar protección a los candidatos amenazados? En Quintana Roo, el gobierno de Carlos Joaquín González, ni siquiera respondió a la petición hecha por parte del Instituto Electoral de Quintana Roo (Ieqroo), ante las solicitudes expresas por parte de partidos y candidatos que advirtieron que su integridad estaba en juego. Y en menos de medio año, tres candidatos o actores políticos fueron asesinados, hubo por lo menos cuatro atentados a candidatos o sus colaboradores y una decena de amenazas y denuncias presentadas…y de la parte oficial, solo silencio.
Así, la clase política ha quedado a deber a la ciudadanía, pero también los gobiernos, no solo en garantizar la integridad de los contendientes, sino también en evitar la utilización de las instituciones para incidir en los procesos electorales, la pregunta es simple ¿considera el lector –y el elector- que el llamado Pacto por la Democracia, firmado en Palacio Nacional, tuvo alguna utilidad real para impedir el involucramiento de los gobernantes en la competencia por el poder? Esa obviamente es otra decepción, otra promesa, otra mentira. Las campañas han terminado, ahora que decida el ciudadano, ese el poder que tiene su voto; así se observa desde aquí, A Tiro de Piedra. Nos leemos en la próxima.