Frontera Sur, el fracaso

FRONTERA SUR. En la frontera sur de México las leyes no existen. Sólo se necesitan dos dólares y 10 minutos para entrar de forma ilegal a México desde Guatemala. Entonces, ya de este lado, todo es posible. Lo mismo se puede permanecer en Chiapas o adentrarse al territorio en automóvil, combi o autobús; vender o comprar drogas, ropa, mercancía importada o ganado irregular; además del tránsito descontrolado de migrantes procedentes de Centroamérica, el Caribe, la India y China, y con ellos los retenes del Ejército y del Instituto Nacional de Migración que deben vigilar, pero que ganan más al extorsionar a esos indocumentados.

ejecentral recorrió 785 kilómetros de la frontera, el 60% del total del borde sur mexicano, en donde hay un total de nueve puntos de acceso —ocho de ellos legales, pero que carecen hasta de lo indispensable—. Ni instalaciones de revisión, menos de aduanas, ni supervisión militar o policiaca. Aunque el anonimato es posible cruzando por la carretera, el río o la montaña son pasos posibles para entrar y salir sin dejar el menor rastro. En realidad la frontera sur no existe.

Pero desde hace décadas así es el panorama de este selvático, boscoso y serrano confín mexicano, y cada seis años los nuevos gobiernos prometen mayor seguridad, control y respeto a los derechos humanos. Sin embargo, en los últimos tres años la situación en esta frontera cambió, de ambos lados, y pareciera desbordado.

No sólo es la falta de administración y vigilancia en las aduanas y centros de migración que ha convertido a esta zona en ancha vía para el comercio ilegal de personas y todo tipo de mercancías, es que el rostro de Chiapas se ha transfigurado en un lugar sin control. Esta frontera de mil 200 kilómetros se convirtió en zona de abandono institucional, y a la vez en tierra de sombreros, botas y cinturón piteado. Ya no hay pudor en escuchar narcocorridos que exaltan la violencia y la lucha de los grupos del crimen organizado, mucho menos para comerciar grapas de coca, pastillas o mota.

Aquí hay discreción, del lado de Guatemala la gente anda enfierrada y desde el otro lado se controla todo el manejo de droga (…) aquí se vende todo lo que apendeja: mariguana, crack, LSD, perico, éxtasis, hongos alucinógenos. Cada seis años se quiere poner una aduana aquí (en Benemérito de las Américas), pero la gente no permite que el gobierno se meta acá”, sostiene Jaguar, un joven de 1.70 metros, ancho de hombros, con espesa barba para ocultar sus 25 años.

Acá no hay seguridad. Las policías locales están rebasadas y los cuerpos federales prácticamente son inexistentes. Las carreteras estatales que conectan cada punto, en el borde fronterizo o las que permiten adentrarse al país están totalmente abandonadas y sin vigilancia; sólo la autopista tiene, por lo menos, ocho retenes que sirven para detectar migrantes. Pero por ningún lugar se ve alguno de los agentes de la Gendarmería que prometió desde hace cuatro meses, en abril pasado, el secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete Prida, los cuales llegarían a vigilar la frontera.

Cada cruce fronterizo es más una romería que un punto estratégico de seguridad nacional. Todos los días y a todas horas transitan personas que compran en México sus enseres cotidianos porque les resulta más barato; los que se dirigen a trabajar a las plantaciones, como albañiles o a los comercios cercanos, y los que intentarán llegar al norte del país.

›Es posible toparse con chinos, africanos, nicaragüenses, venezolanos, haitianos, hondureños, cubanos, guatemaltecos y hasta indios que no saben ni una pizca de español. Todos ellos pueden quedarse en la franja fronteriza y sobrevivir, como lo han logrado los chinos que tienen restaurantes y tiendas, contratarse en trabajos temporales o en el peor de los casos dedicarse a la prostitución, por lo que se puede cobrar desde 50 pesos hasta mil 500 pesos por cliente.

Si tienen más suerte, logran juntar dinero para conseguir una visa que les permita adentrarse al territorio sin ser molestados para llegar al norte del país. Pero se requiere pagar sobornos que van desde los 10 mil dólares para los haitianos, 12 mil para colombianos, argentinos o brasileños y hasta 40 mil dólares para los hindúes.

Es en esta misma frontera por donde se calcula transita entre el 30 y 50% de la cocaína y los químicos necesarios para procesar las drogas. Por donde las armas también se mercadean para nutrir a grupos criminales. Del lado guatemalteco han crecido y se han hecho más poderosos los grupos criminales, gracias al apoyo de sus socios mexicanos. En el lado chiapaneco desde hace ocho años existe una pelea entre organizaciones que pretenden controlar el acceso, tránsito y venta de drogas, lo que ha provocado asesinatos y desaparición de personas; así como el desplazamiento o autodefensa de comunidades. Es una lucha discreta, sorda, en la que el eco de las balas se lo traga la selva.

Es este mismo lugar que Andrés Manuel López Obrador ha ofrecido a Donald Trump atender el problema migratorio mediante un plan de desarrollo regional. Y es donde su próximo secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo ha prometido instalar una policía fronteriza para detener el trasiego de drogas, armas y mercancía ilegal.

De acuerdo a un estudio elaborado desde el gobierno de Ernesto Zedillo, y que se actualizó en la gestión de Felipe Calderón, para tener la capacidad de vigilar y detener los flujos ilegales se necesitaría equipo especial para el río, drones, helicópteros, instalación de equipos revisión para vehículos y de intercomunicación; además de personal operativo especializado y quintuplicar, por lo menos, a los funcionarios de migración y aduanas. En esta administración, Enrique Peña Nieto prometió la instalación de 10 garitas, pero nunca ocurrió, también un plan especial llamado Frontera Sur, que tenía al frente un comisionado, que fue de papel, Humberto Domingo Mayans Canabal, y nada resolvió. Aquí todos los planes han fracasado.

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Violencia sorda

Benemérito (8)Una camioneta de doble cabina, color vino, con vidrios polarizados, se estaciona a la orilla de la carretera federal 307 Palenque-La Trinitaria. Es Benemérito de las Américas, un municipio de menos de 20 mil habitantes, que no es un punto de tránsito legal, pero que tiene con Guatemala una actividad comercial pujante.

La venta de ganado en sus parcelas intestinas reúne a rancheros de todo México. “Mira, esos de allá vienen de Durango, los otros del sur de Veracruz, aquellos vienen de Tabasco. ¿Y tú de dónde vienes?”, suelta un lugareño de piel morena.

Sesenta y cinco kilómetros atrás está Frontera Corazal, municipio de Ocosingo, la primera comunidad fronteriza y con control migratorio. Sus calles están sin pavimentar y hay que pagar entre 100 y 150 pesos para llegar en camioneta desde Palenque. Los choferes “huelen” a los forasteros por su acento, color de piel o el número de preguntas que le hacen a sus compañeros de viaje. Para salir de México por ese pueblo, sólo hay que negociar con los lancheros 50 pesos, que cobran para pasarte al otro lado y llegar a la comunidad de Bethel y La Técnica, Guatemala. De regreso es más barato, apenas 10 pesos, además de pagar por el equipaje o la carga que se traiga.

La instalación de una aduana no ha representado un cambio para el tránsito ilegal. Los lancheros viven del turismo que busca llegar a las ciudades arqueológicas de Tikal o Yaxhá en Guatemala; otros prefieren llegar hasta Bonampak y hospedarse en cabañas de madera de yagua y techos engarzados de palma.

“Lo importante está en Benemérito”, dice el joven Jaguar. Y tiene razón, la conexión más cercana con el resto del país se encuentra en ese municipio, apenas un banco y una tienda de Grupo Salinas en donde se cobran las divisas que mandan los paisanos de Estados Unidos o de la migración nacional, Cancún, Playa del Carmen o Cozumel, “otra manera de manejar dinero extranjero”.

A primera vista Benemérito no parece ser un pueblo de hombres violentos, conforme anochece, muestra su verdadero rostro. La camioneta color vino aún está estacionada de frente a la carretera que parte en dos al pueblo, vigilante. A todo volumen y con las puertas abiertas, se toca desde el reproductor el “Corrido de la Frontera Verde”, del grupo Sentimiento Norteño. “Aquí le surtimos siempre al de los tres animales, porque tenemos de todo para que curen sus males aquí en la frontera verde son cosas muy naturales…”

Desde 2010 comenzó una difícil guerra entre grupos del narco en carreteras solitarias y sin cobertura para teléfonos celulares. A fines de los noventa, a pesar de la primera captura de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, toda la franja fronteriza era territorio del Cártel de Sinaloa.

A raíz de su segunda y tercera detención, en 2014 y 2016, el grupo comenzó a perder su fuerza pero no toda su influencia. El grupo de los Beltrán Leyva, desde 2008, se separó del Cártel de Sinaloa e inició una alianza con los del Golfo para dominar lo que llaman la “Frontera Verde”. El Cártel de Sinaloa se defendió al lado del Cártel de Jalisco Nueva Generación, ya como un grupo independiente y uno de los más agresivos del pacífico.

El interés no es casual. Por la frontera guatemalteca se exporta mariguana y el resto de drogas sintéticas que son ofertadas a los turistas nacionales y extranjeros, que pueden pagar en dólares. Ingresa cocaína y componentes sintéticos para usar en laboratorios clandestinos.

Otro rubro es la venta de ganado ilegal que entra al país. Los pobladores estiman, al menos dentro de la cabecera municipal de Benemérito de las Américas, que todos los días se cargan de 45 a 60 “panzonas” (góndolas donde se traslada a las reses) con ejemplares traídos de Guatemala, El Salvador y Nicaragua. El ingreso del ato ilegal se realiza en pangas donde se acomodan hasta cincuenta cabezas por viaje; la operación se realiza en minutos de rancho a rancho, de manera interna por las comunidades rurales mexicanas y guatemaltecas.

EN LA ADMINISTRACIÓN DE ENRIQUE PEÑA NIETO SE PROMETIÓ INSTALAR 10 GARITAS Y UN PLAN ESPECIAL LLAMADO FRONTERA SUR, QUE TENÍA AL FRENTE AL COMISIONADO HUMBERTO DOMINGO MAYANS CANABAL, QUIEN NADA RESOLVIÓ.

Abandono total

El siguiente punto es Nuevo Orizaba, comunidad de Benemérito de las Américas, donde la aduana es un edificio semiabandonado y resguardado por el Ejército. El control de la mercancía que entra y sale del país se reduce a la pregunta “¿Qué trae?”, acompañado de la respuesta militar de “Siga su camino”.

A inicios de julio, los neorizabeños intentaron incendiar las instalaciones federales por considerarlas inútiles para el pueblo. “Cuando comenzaron a construir cerraron el paso de siempre. Se tuvo que construir un nuevo camino que da la vuelta a la aduana y ahora se cobra el taxi 10 pesos más caro porque tenemos que pagarlo”, explica Juan, un taxista de 20 años.

Nuevo Orizaba. El control de la mercancía que entra y sale del país se reduce a la pregunta ¿Qué trae?

Nuevo Orizaba. El control de la mercancía que entra y sale del país se reduce a la pregunta ¿Qué trae?

La Aduana de Nuevo Orizaba comenzó a construirse en 2012, pasaron dos años para que se cercara el terreno “pero de momento fue abandonada la construcción”, a finales de 2014 se volvió a retomar la obra “pero demolieron todo porque el trazo del centro estaba mal hecho”.

Detrás del cerco militar lo único que se puede ver es maleza. La altura de los matorrales ya sobrepasa el pecho de una persona y la construcción comienza a enmohecer; la humedad del último tramo de la Selva Lacandona se percibe con mayor intensidad al mediodía.

Para llegar a Carmen Xhan hay que viajar cinco horas en una carretera que atraviesa y sube por los cerros. El pavimento en ese tramo de la 307 está a desnivel pues las raíces de los árboles carcomen la tierra. Los paisajes comienzan a cambiar de selva a sierra en menos de un kilómetro. El canto del cenzontle es uniforme en todo el trayecto; es fácil marearse en las curvas que sólo muestran voladeros, los oídos se tapan y la saliva se espesa.

Se logran ver los Lagos de Montebello y los grupos de turistas que piden “carne de monte” para almorzar. Antes de llegar a La Trinitaria, a unos 10 minutos de Comitán, los colectivos que van a Carmen Xhan, demoran unos 25 minutos para llegar a la comunidad que colinda con Nentón, municipio de Huehuetenango.

La calle principal de Carmen Xhan y Nentón es la misma entre México y Guatemala. Sólo un letrero divide a los dos países, “Bienvenidos a Guatemala” y los carteles de “Cerveza Gallo” indican que se está en el extranjero.

Una camioneta entra a México y de la estación aduanal sale un agente federal con la boca llena de comida e intenta gritar: “¿Qué traen?”

—“Traemos maíz” —responde un hombre desde la cabina de la camioneta blanca de cajón metálico.

—“Ah… sí, pase, pase” —y el agente continúa con su plato de adobo de puerco con frijoles.

La actividad comercial es casi nula y la gente cruza de un lado a otro sin ningún control. El pueblo tiene un serio problema con el manejo de sus residuos, todo huele a drenaje; el agua negra se sale de las tarjas y corre por toda la calle principal.

Los vecindarios cambiaron su aspecto, las nuevas casas chiapanecas tiene diseños americanos, techos inclinados con láminas pintadas de rojo óxido con pequeños balcones barnizados. Es la marca de los repatriados de Estados Unidos, están transformando el entorno.

Familias multinacionales

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Ciudad Cuauhtémoc. FOTO: Jair Avalos

Para ir al siguiente punto fronterizo hay que llegar a Comitán y tomar una combi hasta Ciudad Cuauhtémoc, donde hay mucho más movimiento comercial. Pero al igual que en Carmen Xhan, los agentes poco detienen y revisan la mercancía y documentación.

En esta zona fronteriza, la más pequeña y pobre, sólo dos centros funcionan por completo para la atención al migrante, Carmen Xhan y Ciudad Cuauhtémoc.

En estos pueblos las familias se han unido a raíz de la migración. El matrimonio entre mexicanos y guatemaltecos es muy común en la zona serrana y representa tener “los hijos que Dios mande (…) Mi tía tuvo siete y mi hermana ya va por el quinto”, describe el taxista Jonás.

Ericka y Óscar son dos colombianos que llegaron a México hace tres años y se quedaron en Berriozábal, porque encontraron mejores oportunidades que en su país, cuentan. Él es peluquero y ella estudia estilismo. Cada año deben viajar desde Tapachula cuatro horas, para la estación de Ciudad Cuauhtémoc y refrendar su permiso de estancia. “Aquí nos tratan bien, no hay queja, pero es un poco lejos para viajar desde donde vivimos”.

El dato. La 
Universidad del estado de Chiapas calculó en 2014 que el SAT perdía, en promedio, 240 millones de pesos al año por el comercio irregular de la frontera.

En las orillas de la carretera hay mujeres indígenas que venden elote tierno, calabazas y algunos frutos secos de la región. No son mujeres mexicanas, vienen de La Mesilla, Guatemala. La diferencia no se distingue en este lugar. Sus rostros son morenos, requemados por el sol.

Conforme se ingresa a la zona serrana, el calor aumenta. El aire se percibe seco, porque tiene más de 20 días que no llueve por estos lares. Son casi cinco horas para llegar a la estación migratoria de Mazapa, en la carretera 211 Ciudad Cuauhtémoc-Huixtla. Esta es la Sierra Madre Chiapaneca y las carreteras siguen siendo accidentadas.

Mire aquí no ha llovido en tres semanas. Mire nomás como amarillean los cerros de que no hay agua. Asómese a los ríos, mire, mire, no sé si sea castigo de Dios”. Así describe su pueblo Jonás, un joven delgado, de rostro enjuto. Trae la camisa húmeda en las axilas y el sudor le escurre por todo el cuello.

La estación migratoria de Mazapa está complemente abandonada. Desde hace 20 años hubo un atentado de gente presuntamente guatemalteca; “acusaron a los agentes de abusar de las migrantes y según la gente se salió de la frontera para reclamarle a los agentes”.

Los logos del gobierno de la República están llenos de mugre. Las instalaciones del Instituto Nacional de Migración son un basurero, hay restos de comida podrida y heces. “Mire, en el 2005, cuando el Huracán Stan, la estación aún funcionaba, pero de un momento a otro la abandonaron con la crecida del río”, cuenta el lugareño.

Sólo aquí hay policía

Faltan dos horas para llegar a Huixtla y de ahí trasbordar hasta Tapachula. Comienza el Soconusco. Se percibe un olor a cedro pues la necesidad de cocinar de los campesinos los obliga a usar maderas finas que se encuentran en los cerros. En la orilla de la carretera hay plantas de café que son casi un regalo para la vista; una lluvia ligera, pero constante, dificulta el tránsito.

Al trasbordar en Huixtla y llegando a las orillas de Tapachula, una tormenta acompaña las tardes sureñas. La ciudad es el punto de partida para las tres últimas comunidades fronterizas, Unión Juárez, Talismán y Ciudad Hidalgo.

Unión Juárez huele a café y es silencioso. El pueblo se encuentra en las faldas del volcán Tacaná y es punto de la Ruta del Café Chiapaneco, por lo que no es extraño ver a los turistas, fotógrafos y reporteros en la comunidad. Por eso también es común ver patrullas de la Policía Federal en las empinadas calles, es el único lugar de la frontera donde hay algunos agentes.

Aunque el turismo también ha atraído otro problema, los robos. “Hay mucho ratero de fuera”, asegura un locatario del mercado municipal.

La estación migratoria apenas es visitada por un par de extranjeros que piden regularizar su estancia en México. Este es un paraíso para el turismo de aventura y ambiental, por los 12 ríos y riachuelos que corren a la orilla del pueblo y los curiosos que visitan la “Piedra del Pico de Loro”.

Aquí valen madre las leyes

Talismán. FOTO: Jair Avalos

Talismán. FOTO: Jair Avalos

Un triciclo adaptado a una motocicleta te lleva por diez pesos a Talismán.Podría ser uno de los puntos fronterizos más controlados por “la Migra” mexicana. Desde las 10 de la mañana se puede ver a la gente que hace fila para entrar a México y hacer algunas compras o trámites. A las 12 ingresan los extranjeros y se cierra el paso oficial.

El cruce ilegal por el Río Suchiate no es tan demandado a pesar de que se puede pasar caminando sin necesidad de mojarse más arriba de la cintura.

“¡Cambio! ¡Cambio!”, gritan los guatemaltecos a la menor provocación desde sus bancas que sirven como pequeñas casas de moneda. En la zona libre de Malacatán, Guatemala, por cien pesos mexicanos obtienes 41 quetzales.

Hay mercancía china y ropa americana de cualquier tipo. La paca “de ropa de medio cachete” cuesta 20 mil pesos. En la ruta Tapachula-Talismán-Ciudad Hidalgo el común denominador es la facilidad con la que se comercia y se traslada la mercancía de Guatemala hacia México.

Las balsas de cámara de llanta del río Suchiate pasan productos todo el día. May-ra es mexicana y tiene un par de tiendas de ropa americana que abundan en el centro de Tapachula. Viaja cada tercer día hacia Ciudad Hidalgo para conseguir las “pacas” con mayor variedad y calidad.

›“Esto es una forma de ganarse la vida. Es un medio tanto para los balseros, las casas abarroteras, los cargadores, los revendedores”, dice la mujer morena y regordeta.

El problema es que la Universidad del estado de Chiapas calculó en 2014 que el Servicio de Administración Tributaria (SAT) perdía, en promedio, 240 millones de pesos al año por el comercio irregular de la frontera.

Acá casi no se distingue las formas de vida de un lado y de otro, ni la complexión, ni la forma de hablar. Son pequeños detalles los que delatan al forastero.

-“Pase, joven, pase, acá las balsas”, invita Martín, un hombre de 60 años, descalzo y con los dedos de los pies completamente abiertos y polvorientos.

– Oiga, ¿pero cómo voy a pasar de ilegal? ¿Y las leyes?, se le pregunta.

-“Aquí valen madre las leyes. Esto es zona libre, disfrútela”, responde sonriendo.

Del lado mexicano del Suchiate hay muchos cargadores que empaquetan y embalsan papel de baño, cereal en caja, costales de arroz, frijoles y azúcar. La gente guatemalteca sale de su país para comprar en México, porque el peso está más devaluado que el Quetzal.

Por cada peso mexicano son 40 centavos de quetzal, lo que facilita y hace rendir más el gasto. Las familias con más posibilidad salen y compran en tiendas de Tapachula, en Sam´s, Walt-Mart y Chedraui; los de ingreso mediano consiguen sus productos en las abarroteras de la zona.

“La gasolina es más barata en Guatemala, pero el dinero rinde más en México y nos alcanza para más litros. Por cada quetzal son dos pesos mexicanos, casi tres, tenemos más dinero allá”, cuenta un 
guatemalteco.

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Los sobornos de a 500

En la frontera sur el lenguaje universal es el dinero. Los migrantes tienen que preparar el cambio monetario para poder pagar el cruce varias horas antes de su llegada.

El primer paso es identificar la zona por donde es más seguro pasar. Aunque los cruces cercanos a Tapachula son de fácil acceso, la ruta para salir del estado está más vigilada por las fuerzas federales. Por ello, muchos prefieren los cruces de Frontera Corazal, Nueva Orizaba o incluso, la cabecera municipal de Benemérito de las Américas.

Misael, un hombre de 45 años que por segunda vez está en el país, de ilegal. En su primera estancia vivió varios meses en Juchitán “donde era jornalero y me pagaban 400 pesos a la semana. Estuve también en una huerta de café y un sembradío de chicle, me pagaban casi lo mismo”.

Aunque el impacto del sol en su piel haga que se comience a despellejar, él no pierde la sonrisa y se hizo compañero de nueve personas más, tres niñas, cuatro hombres y dos mujeres hondureños, Misael es de Guatemala.

-¿Conocen sus derechos aunque sean indocumentado?, se le pregunta.

“No, ¿qué es eso? No sabíamos que teníamos derecho a algo por llegar de ilegal a este país”, responde sorprendido.

En la comunidad de Santa Rosita, del lado Guatemalteco, se llega por una combi que los trae desde Petén hasta el cruce con la frontera en Benemérito de las Américas. Son cinco horas para llegar hasta acá.

El paisaje es completamente rural. Santa Rosita tiene dos tiendas de abarrotes y la estación de servicio de la línea de transporte.

Aquí hay discreción, del lado de Guatemala la gente anda enfierrada y desde el otro lado se controla todo el manejo de droga. Aquí se vende todo lo que apendeja: mariguana, crack, LSD, perico, éxtasis, hongos alucinógenos”.
Jaguar,
joven chiapaneco.

Hay extrañeza entre el grupo de viajeros. ¿Qué hacer? ¿Y si del otro lado hay militares? ¿Y si está migración y los “apañan”? Las dudas se despejan una vez pagado el lanchero, 10 pesos y dos minutos para cruzar esa parte del río Usumacinta.

El segundo paso es tratar de permanecer en este país. Los viajeros evitan las detenciones con sobornos entre los 200 y 500 pesos por retén, todo depende de la hora, entre más noche en la carretera, más caro será el derecho de paso.

La Secretaría de Relaciones Exteriores tiene identificados 56 pasos terrestres ilegales entre México y Guatemala, 45 de ellos corresponden a Chiapas; la cobertura para recibir a los migrantes se reduce a las ocho comunidades que visitó ejecentral.

“Bueno, pero no hay más derecho que el poder pagar, ¿cierto?”, pregunta Cindy, parte del grupo de Misael, que cambia de ropa a su niña y le pone una gorra para cubrirla del sol. “Este país es de oportunidades, pero parece que con nosotros, todo se mueve a partir del dinero”.

El resto del grupo es más desconfiado en conocer sus derechos, más por orgullo y por desconocimiento de los días que se llevan para llegar hasta los pasos del norte. Tres de los cinco hombres del grupo gastan su dinero en cortes de cabello y comida chatarra.

El tercer paso es sólo confiar. Misael y Cindy piden una copia de los derechos de los migrantes indocumentados y de los albergues más cercanos al punto en el que se encuentran.

Cindy saca una pequeña libreta y comienza a copiar números y direcciones. “Yo llevo a mi cría, ¿usted cree que yo quiero que me pase algo en el camino? Hay que seguir”, dice con el ceño fruncido, en una especie de reclamo y lamento.

No nos queda más que confiar en la gente buena de este país y cuidarnos de los que nos quieran hacer algo”. Misael se acomoda la gorra, toma su mochila y sube a la primera camioneta de pasaje que se detiene para llevar a una parte de su grupo hasta el norte.

Los nuevos y los viejos visitantes

El centro de Tapachula se convirtió en una pequeña torre de babel donde los centroamericanos se encuentran. Desde hace nueve meses se distingue la presencia de indios que apenas y hablan una palabra de español.

El centro, como en muchos municipios chiapanecos, huele a grasa de pollo frito que se vende por 120 pesos con medio kilo de tortillas y una bolsa de salsa roja. Hay variedad de restaurantes de chinos y tiendas de curiosidades de importación.

Desde hace décadas Tapachula fue centro de reunión de los migrantes. María Luisa es guatemalteca, tramitó por 17 años su residencia en el país, “antes era un temor con el que vivíamos porque existían las volantas, eran camionetas de migración sin logotipos pero con agentes encima que sólo te levantaban”.

Aunque los pagos y los trámites se simplificaron para entrar al país, también aumentó la forma de violarlos y de entrar ilegal a México. Muchos paisanos guatemaltecos viven aquí entre semana y se van a sus pueblos el fin con sus pesitos cambiados a Quetzales”, explica.

Al recorrer las carreteras que llevan a Tapachula sólo la policía estatal es la que detiene y revisa los vehículos, aunque el objetivo de los retenes no es claro, si para control antinarcóticos o para el flujo de migrantes.

Es común ver camionetas cargadas de mercancía que se compra en México para pasarlas por el río en Ciudad Hidalgo, la comunicación entre un pueblo y otro sólo es de 15 minutos.

A media tarde, casi para anochecer, los nacionales suben a unos autobuses oxidados que llevan un letrero que dice “Tijuana”. Es una ruta económica que les cobra cerca de dos mil pesos por llevarlos hasta la ciudad fronteriza del norte.

Paulo, es hondureño y es su segunda estancia en México, pero aunque entre sus planes esté llegar a Tijuana, rechaza por completo el tomar esa ruta por todo el Pacífico. “Además de que se quedan tirados a mitad de camino, el que lleven un letrero que dice Tijuana es una invitación para que hasta el diablo se suba en ellos. Se suben todos y todas las corporaciones los paran y todos le piden mochada a los migrantes”, dice.

Las carreteras federales tienen más vigilancia que las estatales, que son casi desiertas. En la ruta Tapachula-Tuxtla Gutiérrez puede haber hasta siete retenes de la Policía Federal, Instituto Nacional de Migración, Policía Estatal y Ejército; mientras que en las carreteras intestinas chiapanecas es raro que te paren.

Las combis que se mueven de municipio a municipio tienen acordado trasladar hasta seis migrantes, no más, como un acuerdo entre militares, “migración” y transportistas. “Si te pasas de seis, ahí viene el problema; con menos, sólo se bajan y los agentes se encargan de cobrarles su mochada entre 200 y 300 pesos”.

Uno va trazando sus rutas y va jugando con las corridas, autobuses, horarios de revisión. Ellos (los agentes federales) te identifican cuando eres extranjero. En mi caso tengo todo en orden y puedo andar por el país”, agrega Paulo.

La noche cae en Tapachula y las calles las toman los indios que apenas si duermen. Por la mañana descansan y se mantienen resguardados por el calor. En la noche, ellos juegan, llaman por teléfono a sus familias o consiguen su comida que apenas y se puede comparar a la de su país. Se sientan de acera a acera para platicar y jugar entre ellos mismos.

Los problemas son los mismos en Tapachula. La prostitución de mujeres mexicanas, centroamericanas, cubanas y colombianas. Al pie del mercado Santiago, a una cuadra del centro y desde las doce del día, se puede conseguir sexo hasta por cincuenta pesos, ellas se encargan de ofrecer cualquier droga que el cliente desee. Las más caras son las cubanas que puede costar mil 500 la visita.

Frontera Web

Con información de eje central.

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